Celebramos nuestra segunda reunión de curso con mucha alegría. La
alegría que nos da cuando nos encontramos tantas familias para compartir una
tarde de sábado en torno a Jesús, nuestro Señor.
Iniciamos la reunión orando todos juntos.
“Os rociaré con agua pura y
quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras
os purificaré.
Y os daré un corazón nuevo,
infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de
piedra y os daré un corazón de carne.
Infundiré mi espíritu en
vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis
mis normas.
Habitaréis la tierra que yo di a
vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.” (Ez 36,
25-28)
La segunda
píldora trató sobre cómo tiene que ser esa fraternidad que decimos que somos.
Por un lado, debe ser abierta a cualquier familia que se acerque. No se necesitan demasiados requisitos para pertenecer, simplemente desear ser una Familia Invencible y participar de sus reuniones y encuentros.
En segundo lugar, nuestra fraternidad debe ser evangélica, lo cual quiere decir que las normas, decisiones
y discernimientos deben ser tomadas a la luz del Evangelio. En todo debe
movernos la libertad y la caridad de los hijos de Dios. Las familias
invencibles deben buscar el bien de la fraternidad, estar dispuestas a servir y
tener un deseo de crecer a nivel personal y familiar, así como huir de la
crítica y la murmuración. “Cada uno, con
el don que ha recibido, póngase al servicio de la comunidad” (1Pe 2, 9).
En el
grupo de adultos, Nieves y Miguel Ángel nos ayudaron a trabajar sobre 1ª
catequesis que el Papa Francisco nos regaló en sus audiencias con motivo del Sínodo
sobre la familia: La Familia de Nazaret.
Muchas ideas iban surgiendo en el compartir. La familia es un regalo,
un don que Dios nos ha dado; y nos preguntábamos si realmente vivimos como don
nuestra familia.
Todo un Dios se abaja, se hace carne y quiere nacer en el seno de una
familia, como cualquiera de nosotros y en ella, durante 30 años, crece en
sabiduría, estatura y gracia (Lc 2, 52). ¿Crecemos nosotros y nuestros hijos
así en nuestra familia?
Comentamos cómo María y José fueron acogiendo el plan de Dios en su
corazón desde el principio, sin entender nada, arriesgando todo, pero con toda
la confianza puesta en Dios.
La Familia de Nararet nos enseña cómo acoger a Jesús para que Él
crezca en nuestra familia.
¡Ven Señor Jesús a nuestras casas!
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